Esos besos con los que lentamente enciendes mis pasiones, tu lengua atrevida, tus labios ardientes y tus dientes que a base de dulces mordidas se hacen paso entre cada una de las barreras hacia mis instintos mas primitivos.
Y luego tus manos que reclaman hasta el último vestigio de cordura, tirando de mi pelo, sujetando mi cuello, afianzándose a mis hombros, manipulándome a tu antojo y convirtiéndome en un instrumento de tu placer, arcilla moldeable a tus más oscuros deseos y bajos instintos.
Esa boca que devora, se hace camino entre mi obstinada mandíbula, mi sedienta garganta y mi jadeante pecho. Devora salvaje los más sensibles de mis nervios, observando expectante como se unen en mi rostro el placer absoluto y un dolor que siempre me deja pidiendo más.
Estás desesperado, lo sé, lo puedo sentir, tiemblas como yo ante la anticipación, deseas esta cercanía absoluta tanto como yo, y sin previo aviso y con el movimiento más delicioso, te haces casa en mi interior. Un grito escapa de mis labios y el frenesí se apodera de ambos y tus manos encuentran mis caderas para dirigirme a tu lado en la danza de nuestros cuerpos en fricción.
Y es así como entre gritos y jadeos nos llevas a ese estado de éxtasis, seguido de un letargo impecable en el que las palabras sobran y una sonrisa se dibuja en este rostro que no oculta mi condición de hembra satisfecha.