martes, mayo 22, 2012

MI OPINIÓN


Mi país, nunca me había detenido a pensar en él como en este momento en el que me duele, cual padre alcohólico a su hijo más joven. Este es el país que he jurado nunca abandonar a su suerte, atacando la exportación de cerebros y apostando por mis contemporáneos.

Estos jóvenes que en las pasadas elecciones del 20 de mayo me dieron una nueva esperanza, basada en criterios bien formados, en ideas sustentables y un miedo creciente por nuestro incierto futuro y el de nuestra descendencia.

Nunca antes había visto a nuestra juventud tan enterada y partícipe de un proceso electoral, debo admitir que hasta MUY recientemente no veía la necesidad de externar ideas que defendiesen mi postura sobre el sistema político de una nación que llora ante la carencia de clase media. En la que el pobre está casi muerto y el rico cava su tumba sin compasión alguna.

Al despertar la mañana de ese domingo, contuve ansias que nunca había albergado, se hinchó mi pecho de orgullo al ver a mis compatriotas aglomerados frente a cada colegio electoral que albergaba esas cajas de Pandora conocidas como “Urnas”. Pero así con el orgullo crecía el miedo, el miedo a lo inevitable.

Ese inevitable que viene disfrazado de bipartidismo, de la certeza de solo poder elegir entre los peores al menos malo. Ese bipartidismo que nos fuerza a elegir entre un pasado desastroso y un presente inmisericorde.

¿Cómo no temer ahora que le impiden a mi nación seguir adelante? Cuando “ya el palo está dado” y no nos permiten pasar por el luto de lugar y continuar con nuestras vidas, siempre deseando lo mejor o soñando con el primer vuelo que nos lleve a un lugar “civilizado”.

Por favor, suelten a mi país, por suficiente tiempo hemos sido rehenes de sus caprichos individualistas, pero rehenes olvidados y dejados a su suerte bajo lluvia, sol y sereno.