domingo, abril 19, 2009

TARDE QUE SE VA

Las gotas del coñac se deslizaban por la copa, alimentadas por la débil luz del atardecer mientras reposaba sobre el escritorio y junto al computador. Eran recuerdos que no podía borrar por un solo momento de esa memoria traicionera que atacaba por la espalda cuando menos se le esperaba. Tenía la trágica o tal vez maravillosa idea de que en ese momento iban a cambiar las cosas, que ese sería un día diferente.

Enfrentada ante sus dudas no tuvo mas remedio que arremeter contra el teclado para tratar de plasmar palabras que iban y venían a su antojo, dando muestra de su falta de pasión o su falta de talento dependiendo de quien estuviera viendo el vaso.

El alcohol jugaba en su cerebro, matando neuronas a su paso, adjetivos decorativos e ideas que nunca iban a ver la luz. Sin duda sería ese un día excepcional, aplastó en el cenicero lo que quedaba de su quinto cigarrillo del día. Nadie podía decir que no lo estaba intentado, a las once de la mañana ya hubiese tenido media cajetilla abajo y ya eran las seis de la tarde.

La ansiedad subía por su espina dorsal para posarse en la nuca, en el lugar en el que podía jurar que alguien mantenía un taladro en funcionamiento. Se acarició el cuello y continuó el desplazamiento incesante de sus dedos sobre las teclas. No podía permitir que su mente empezara a vagar, eso siempre le había traído sus mejores ideas pero nunca sus momentos más felices.

No podía decir que algo estaba fallando, la verdad era que algo siempre fallaba. No había forma de evitarlo, el tal Murphy tuvo razón en todo lo que dijo y ella nunca estuvo preparada para recibir los golpes.

Los cortes en sus brazos y muslos decían mucho de su forma pasivo agresiva de enfrentar la vida, o al menos eso decía siempre la psiquiatra.

Tomó un sorbo del líquido ambarino y acomodó sus gafas, ya era hora de dejar de procrastinar. Borró nuevamente todo lo que había escrito e inició con un nuevo hilo. El proceso creativo se robaba una gran parte de su vitalidad, la dejaba exhausta, sobre todo por la parte en la que no parecía conseguir nada a pesar de sus esfuerzos.

El retrasar tanto un trabajo como para que bombeara adrenalina a la hora de hacerlo solía ser su receta al éxito, pero en ese entonces no tenía nada de que preocuparse, su labor siempre fue lo más importante.

“Cuando haga de este cuento un verdadero episodio de horror y todo sea publicado en alguna gaceta roja de crímenes del corazón. Pasaré a la historia como la peor escoria, como aquella insensata que jugó con corazones a su antojo, como aquella mancha en el libro de amores de más de uno que aún no ha podido borrar el triste recuerdo de mis labios sobre los suyos. Porque nadie espera de mí menos de lo que exige, porque doy todo aquello que me invento como un regalo preciado para aquel que pedirá más de lo que en realidad existe en mi interior.”

Eso le pareció lo suficientemente deprimente como para darle a su escritura algo familiar y decidió continuar por esa línea antes de ponerse de pies para ir a buscar otro trago.

Los sonidos de la noche empezaron a filtrarse por su ventana, las personas iban llegando a sus hogares y eran bien recibidos por sus familias. Las madres llamaban a sus hijos para que entraran a cenar.

Puso algo de música y encendió el ventilador que le permitía pasar esas horribles noches de verano. Empezó a releer ese párrafo infernal que reflejaría los sentimientos de todas aquellas personas que buscaran sus textos para sentirse identificados.

Pensó en unas cuantas frases interesantes que al momento de ser escritas carecían de cualquier sentido. Miró nerviosamente la gaveta que guardaba sus utensilios tranquilizadores, aunque cualquier objeto cortante podía hacerle el favor. Alejó la mirada lo más rápido que pudo, se había prometido no volver a recurrir a ellos o al menos no mientras estaba trabajando.

Recordó todas las veces que había descrito esa escena que no se atrevía a publicar. La caricia de la navaja en su piel, el frío que la recorría y que se quebraba al momento de permitirse sentir. Las lágrimas que no salían y la sangre que brotaba en su lugar. El éxtasis de saberse viva, como reviven los colores por el carmesí que golpea el blanco a su alrededor.

Pero al recordar también entendió una vez más por qué no lo podía compartir; De hacerlo tendría que explicar el sentimiento posterior. El asco, el dolor, la vergüenza. Esa era una debilidad que no se permitiría nunca en la vida.

Al pensar en eso, el miedo se unió al odio, a la desesperanza, a la pena, al dolor. Sus dedos castigaban el texto tanto como el texto castigaba su alma.

Se drenó su mente de la misma forma en la que se drenaron sus ojos, con la necesidad apremiante de causarse dolor, de sentir el dolor.

Y de esa forma, frente a un relato nuevo, un sufrimiento nuevo y un estómago vacío concluyó una tarde más en la que vio todo pasar sin participar de ello.

2 comentarios:

ITolentinoS dijo...

del 1 al 10---¨25 exelente

MediaLuna dijo...

Ahi Escenario! Cuando nos dejaras entrar.