Cae la lluvia y me regodeo en mi soledad, las paredes se
refrescan y el sonido del agua al golpear el piso se transforma en una sensual
melodía de la que me creo única posible apreciadora. Los misterios que susurran las chispas que salpican,
despiertan mis sentidos y mi imaginación.
Y pensar que hace solo horas esa misma lluvia fue testigo de
nuestras pasiones, y fueron mis susurros más poderosos que su caída, fue la
cadencia de mi cuerpo más misteriosa que la salpicadura y fueron los golpes de
su cintura más incitantes que el aroma del rocío rebosante sobre las hojas.
Mi cuerpo se deshizo ante su boca, y el tacto tan familiar
de sus manos hizo añico todas mis barreras. No es sorpresa que esta lluvia me
recuerde esos momentos, cuando fue removida en mí una tempestad más antigua que
el mismo tiempo.
Arde aún mi piel por el abrazador fuego de sus dedos, es
exquisito el dolor que se extiende por cada músculo que sucumbió a sus
placeres. Sus palabras aún resuenan en mis oídos, incesantes como la lluvia…
lluvia que evoca el sudor de su cuerpo, el sabor salado en mi boca… lluvia.
Poderoso y devastador es el clima que trata en vano de
enfriar un calor que cual volcán hizo erupción y solo puede seguir su curso… la
destrucción absoluta de cualquier rastro de pudor, de cualquier pretensión
absurda de no querer ser la ama y señora de sus más decadentes deseos, de su
lengua, de sus labios, de sus miradas desesperadas, de su sexo.
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