Títere sin corazón, sin cerebro, sin alma. Vacío y al borde la descomposición en las manos de los múltiples titiriteros que manejan los hilos de su vida. Siempre poniendo una actuación diferente día tras día, espera los aplausos como un perro espera por un bocadillo después de un truco. Haciendo siempre por otros lo que nunca hizo por si mismo, rogando por que se rompa una cuerda para poder respirar. Pero espera silencioso la hora de su acto final con la esperanza de hacerlos a todos llorar.
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